

En el abordaje del consumo problemático, no siempre la clínica tradicional logra identificar lo que verdaderamente sucede. Frente a esta limitación, el rol de la enfermería adquiere un valor estratégico. Según el Leonardo de Vincentiis, director de Enfermería de la Fundación Iberoamericana de Salud Pública, es allí donde la escucha, la observación y el vínculo humano se vuelven herramientas diagnósticas en sí mismas.
"Es fundamental aprender a leer entre líneas", sostiene De Vincentiis. "Quienes trabajamos en enfermería lo sabemos: no siempre contamos con tiempo extra, pero muchas veces sí con una presencia significativa. Estamos ahí cuando otros ya se fueron, cuando se apagan las luces del consultorio, cuando alguien decide bajar la guardia y animarse a hablar. Y esa es una oportunidad clínica y humana que no podemos desaprovechar".
El consumo problemático no se presenta de manera evidente. No siempre llega con una etiqueta diagnóstica ni con una consulta específica. A veces, se expresa en un insomnio persistente, una tristeza que no encuentra palabras, o una ansiedad disfrazada de síntomas físicos. Otras veces, se filtra en gestos mínimos, excusas reiteradas o cambios sutiles en el comportamiento. Allí, en esa escena cotidiana, la mirada entrenada del personal de enfermería puede detectar lo que aún no ha sido dicho.
De Vincentiis subraya que "como profesional, me interesa profundamente fusionar la práctica cotidiana con la teoría que fundamenta nuestra disciplina, porque ahí es donde la enfermería se afirma no sólo como ciencia, sino como arte del cuidado". En este sentido, destaca el aporte de la Teoría de las Transiciones de Afaf Meleis, una referencia clave para interpretar cómo los cambios en la vida —en la salud, en los roles sociales, en la dinámica familiar— pueden desequilibrar el bienestar emocional y abrir paso a consumos que funcionan como una vía de escape.
Los datos del Observatorio Argentino de Drogas muestran que más del 30% de los jóvenes adultos consumieron alcohol en exceso en el último mes, y en adolescentes la cifra es incluso mayor. Sin embargo, el dato más relevante es el que permanece invisible: la mayoría de las personas con consumos problemáticos no se reconocen como tales.
En ese escenario, resalta De Vincentiis, la enfermería puede actuar como puerta de entrada al sistema de salud. La prevención primaria se juega muchas veces en una charla informal, en una mirada atenta, en una pregunta abierta formulada sin juicio. Comprender al consumo como un síntoma y no como una falla moral es el primer paso para intervenir de manera efectiva y humanizada.
El desafío para los equipos de salud es ampliar la mirada. No se trata solo de detectar síntomas clínicos, sino de observar el contexto, registrar señales sutiles, sostener vínculos de confianza y conocer las redes de asistencia disponibles. Desde una postura empática y sin lenguaje estigmatizante, la enfermería puede ser ese primer contacto que habilita el cuidado.
“A veces, una sola frase —"¿cómo estás de verdad?"— puede interrumpir una cadena de ocultamiento y abrir un camino de acompañamiento”, agrega el profesional y concluye que “no todo empieza con una medicación: muchas veces, empieza con una conversación”. Y en un sistema de salud que corre detrás de la urgencia, el tiempo y el contacto real que ofrece la enfermería pueden marcar la diferencia.
Cuando el consumo problemático es un grito sordo, una enfermera o un enfermero puede ser esa voz que no juzga, esa presencia que no abandona y que, sin protagonismos, transforma la historia de una persona.