jueves 31 de julio de 2025 - Edición Nº2430

PUNTO DE VISTA | 23 jul 2025

“La innovación digital tiene que diseñarse para incluir”

La innovación digital en salud no puede medirse solo por la tecnología que se implementa, sino por el valor que genera en la práctica diaria. Por qué el verdadero cambio requiere escucha, compromiso y una mirada ética que integre a quienes sostienen el sistema: profesionales, pacientes y gestores.


 

La innovación digital en salud es mucho más que dispositivos o aplicaciones: es un cambio profundo que tiene que surgir desde adentro del sistema. No puede ser una moda, ni una carrera por mostrar lo más nuevo. Tiene que estar guiada por una mirada ética, inclusiva y sostenida en el tiempo. Si no, no es innovación: es decorado.

Como médico y como director del Hub de Innovación y Tecnología Digital de la Fundación Iberoamericana de Salud Pública, lo veo todos los días: salas saturadas, historias clínicas todavía escritas a mano, profesionales sin tiempo para actualizarse, pacientes que se pierden en un sistema fragmentado. Y, al mismo tiempo, una avalancha de promesas tecnológicas -apps, big data, inteligencia artificial, blockchain- que podrían ser parte de la solución, pero que muchas veces quedan en un PowerPoint o en manos de quienes no conocen el sistema sanitario desde adentro.

Hablar de innovación digital en salud no es hablar de tecnología. Es hablar de personas, de sistemas complejos, de decisiones clínicas que impactan, de cultura organizacional, de inequidades estructurales que arrastramos hace décadas. También, de los métodos que necesitamos para brindar un mejor cuidado con las herramientas que tenemos hoy.

La promesa tecnológica es real. Pero el camino es cuesta arriba. No por las tecnologías en sí mismas, sino porque innovar en salud exige inteligencia, escucha activa y un compromiso institucional profundo. Las herramientas tecnológicas pueden mejorar la atención, aliviar la carga de trabajo de los equipos y hacer más eficientes muchos procesos, pero sólo si se diseñan e implementan con sentido, desde adentro del sistema y en diálogo con quienes lo sostienen: profesionales, pacientes y gestores.

Lo difícil no es imaginar una solución. Lo difícil es convertirla en parte de la práctica cotidiana.

Innovar en salud es difícil porque se avanza en medio de tensiones inevitables. Hay historias clínicas digitalizadas, pero sin interoperabilidad real entre niveles de atención. Se lanzan apps para pacientes, pero sin validación clínica ni integración con los equipos de salud. Se anuncian sistemas de inteligencia artificial, pero no se forma a quienes deberían usarlos en habilidades digitales básicas. Se discute qué tecnología comprar, pero sin preguntarse quién la va a usar, para qué y con qué impacto real.

Innovar no es “enchufar algo nuevo”. El sistema sanitario siempre evolucionó con base en innovaciones, pero hoy lo hace sobre un terreno agotado, fragmentado y sobrecargado. Tener la tecnología disponible no alcanza: se necesita capacidad institucional para sostenerla, adaptarla, integrarla al contexto y mantenerla en el tiempo.

Muchas veces, las decisiones sobre qué tecnología incorporar no las toman quienes más conocen las prácticas clínicas o los puntos de dolor del sistema. Se deciden desde escritorios lejanos, en base a criterios de eficiencia, marketing o licitaciones. Así se multiplican los errores: se compran sistemas que no se usan, se priorizan desarrollos que no resuelven ningún problema real, se construyen soluciones sin usuarios.

La innovación en salud tiene que estar liderada por equipos transdisciplinarios donde el conocimiento clínico, la lectura sanitaria y la experiencia cotidiana tengan peso. No hay sistema que mejore si las soluciones no nacen del diálogo con quienes lo sostienen todos los días.

Y tampoco podemos hablar de digitalización dejando afuera a los pacientes y los usuarios. No debería ser aceptable que se hable con tanta liviandad sobre interoperabilidad mientras hay centros de salud sin conectividad o profesionales que aún trabajan sin computadora. No es correcto impulsar apps si no contemplamos a quienes tienen baja alfabetización digital o enfrentan barreras tecnológicas por edad, ingresos o lugar donde viven.

La innovación digital tiene que diseñarse para incluir. Si no, es una forma más de consolidar las inequidades. Porque cuando una solución tecnológica sólo funciona para algunos, no es innovación: es segmentación.

Innovar en salud no es sólo avanzar, es entregar valor a todo el sistema. Y eso implica mirar con honestidad las asimetrías existentes y hacer algo al respecto desde el diseño, desde la implementación y desde la evaluación del impacto.

Sí, innovar en salud es difícil. Pero también es inevitable. No se trata de seguir modas ni de copiar modelos ajenos. Se trata de trabajar con lo que tenemos, potenciar lo que sabemos y pensar de manera colaborativa para generar valor real en la práctica diaria del cuidado.

La innovación no es sinónimo de disrupción tecnológica. Es sinónimo de cambio con sentido. Un cambio construido desde adentro del sistema, con una mirada ética, sanitaria y responsable, que responda a los desafíos del presente y mire también hacia el futuro. Porque, aunque imperfecto y en crisis, nuestro sistema de salud merece ser repensado, mejorado y sostenido.

No se trata de hacer lo último. Se trata de hacer lo necesario, pero hacerlo mejor.

(*) Médico y especialista en Sistemas de Información en Salud. Director del Hub. de Innovación y Tecnología Digital de la Fundación Iberoamericana de Salud Pública (FISP).

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