Durante el reciente Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Ritmo Cardíaco (LAHRS), realizado en Buenos Aires, cardiólogos y electrofisiólogos de toda la región coincidieron en un diagnóstico doble: la tecnología avanza a pasos acelerados, pero el sistema sanitario todavía no logra detectar a tiempo los trastornos del ritmo cardíaco.
La fibrilación auricular, una de las arritmias más frecuentes y una de las principales causas de accidente cerebrovascular, continúa siendo subdiagnosticada. “Muchos pacientes sufren un ACV, que es la principal complicación de la fibrilación auricular, la cual a menudo pasa desapercibida”, alertó el Dr. Enrique Monjes, electrofisiólogo y proctor de Medtronic.
Esta advertencia atraviesa el entusiasmo que generaron los anuncios sobre nuevas tecnologías. Entre ellas, se destacó la ablación por campo pulsado (PFA, por sus siglas en inglés), un método que promete mayor seguridad y precisión. A diferencia de las técnicas tradicionales basadas en calor o frío, la PFA utiliza impulsos eléctricos de alta frecuencia que destruyen selectivamente el tejido cardíaco alterado, sin dañar estructuras vecinas como el esófago o los nervios.
“El principal beneficio es la seguridad para el paciente y la rapidez de los procedimientos, que ahora son más cortos, requieren menos anestesia y logran mejores resultados en la eliminación de la arritmia”, explicó el Dr. Horacio Guillén, jefe de Electrofisiología del Sanatorio Adventista del Plata, en Entre Ríos. “Esto nos permite tratar a más pacientes de manera más efectiva”, agregó.
El avance fue respaldado por especialistas internacionales. “La ablación por campo pulsado revolucionó la forma en que realizamos el aislamiento de las venas pulmonares. Es una tecnología más eficiente y segura, porque evita las complicaciones habituales asociadas a la energía térmica”, sostuvo el Dr. Hilton Franqui Rivera, jefe de Electrofisiología del Hospital Pavía Santurce (Puerto Rico).
Nueva generación de terapias
Otro de los ejes del congreso fue la miniaturización y simplificación de los dispositivos cardíacos implantables. Los marcapasos sin cables, que se colocan directamente en el corazón mediante un catéter, y los desfibriladores extravasculares, que eliminan la necesidad de electrodos dentro del sistema venoso, representan un salto tecnológico que reduce complicaciones y mejora la calidad de vida de los pacientes.
“Estamos viendo la miniaturización de dispositivos para mejorar la experiencia del paciente y darle la oportunidad de realizar sus actividades cotidianas sin limitaciones”, señaló Ana Escalante, directora de Marketing para Ritmo Cardíaco en Medtronic Latinoamérica. Según explicó, la adopción de estas tecnologías en la región ha sido más rápida de lo esperado “porque los beneficios son claros tanto para los pacientes como para el sistema de salud”.
Cuello de botella del diagnóstico
Pese a las innovaciones, los especialistas coincidieron en que la tecnología por sí sola no alcanza. El principal obstáculo sigue siendo el diagnóstico tardío. La mayoría de las personas con arritmias no presentan síntomas evidentes o los atribuyen a causas menores, lo que retrasa la consulta médica.
En ese contexto, los expertos insistieron en la necesidad de controles cardiológicos periódicos como medida preventiva. “No hay que esperar a tener un síntoma grave para visitar a un cardiólogo”, resumieron los especialistas.
El futuro del tratamiento de las arritmias, anticiparon, se orienta a la personalización. Gracias a los sistemas de mapeo cardíaco en 3D de alta densidad, los médicos pueden identificar con precisión milimétrica el foco de la arritmia y dirigir el tratamiento de manera específica. A esto se suma el potencial de la inteligencia artificial (IA) para analizar grandes volúmenes de datos y diseñar terapias adaptadas a cada paciente.
“La IA nos ayudará a ser aún más precisos, analizando la información de cada paciente para ajustar los tratamientos a su perfil clínico”, concluyó el Dr. Monjes.
La brecha entre la innovación tecnológica y el acceso temprano al diagnóstico plantea, una vez más, una pregunta estructural: ¿puede la medicina del futuro resolver los problemas del presente?